Los paracaidistas
Durante una reunión de hace unos días, un amigo contó la experiencia que tuvo practicando "skydiving". Ello consiste en saltar de un avión en pleno vuelo y a 4,000 metros de altura, apróximadamente, volando en caída libre cerca de un minuto para luego abrir el paracaídas.
La aventura del amigo aquel trajo a mi mente los recuerdos de cuando fui "paracaidista". Pero, no es que haya sido un émulo de Icaro, volando libremente por los cielos; tampoco fui uno de aquellos combatientes que en el fragor de la batalla caía del cielo en paracaídas para sorprender y vencer al enemigo. Lo que si, fui uno de aquellos que caían en forma sorprendente en las fiestas, sin tener invitación, y a los cuales en el Perú los conocían con el apelativo de "paracaidista".
Los paracaidistas no eran tipos que cayeran mal en alguna fiesta, sino que más bien eran celebrados por ser respetuosos, alegres, conversadores, bailarines y, en muchas oportunidades, hasta se convertían en el alma de las fiestas improvisando versos para los dueños de la casa o para la muchacha que cumplía años. Mayormente, era durante la celebración del cumpleaños de alguna bella doncella donde caían los paracaidistas, quienes no podían resistir a la tentación de ser partícipes de tan bello acontecimiento y aprovechar ello para poder bailar con la muchacha que atraía las miradas y suspiros de todos los muchachos del barrio.
Generalmente, los paracaidistas conocían a alguno de los invitados a la fiesta y llegaban con él, o ella, o lo mandaban llamar desde la puerta para entrar juntos a la fiesta, como si hubiesen sido también invitados.
Muchos criollos de antaño fueron paracaidistas, pero ellos fueron muy bien recibidos en toda fiesta a la cual llegaban ya que se aparecían con guitarra y cajón que, sumados a sus grandiosas voces, alegraban toda fiesta terminando ésta en una jarana fenomenal.
Como paracaidistas famosos tenemos a los muchachos que integraban la legendaria Palizada y que fueron el alma de muchas fiestas durante fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. Dicho grupo solía caer, o meterse, en cualquier celebración llevando consigo solamente su presencia, alegría, dotes de bailarines y versos que solían improvisar para deleite de todos los presentes.
Casualmente, el nombre de la Palizada se lo pusieron a los muchachos aquellos por ser paracaidistas, que se metían a todos lados sin ser invitados. Fue una noche en que los muchachos aquellos se divertían en un templo del amor de Abajo el Puente, cuando una brava y atronadora avenida del Rímac empezó a ocasionar daños considerables arrastrando sus aguas torrentosas palos, troncos y todo lo que encontraba. Los palos que el río arrastraba, en forma atropellada, se metían en los cercos y chozas, siendo todo ello observado desde los balcones de la casa aquella ocurriéndosele a una de las muchachas comparar a los niños terribles aquellos con la palizada furibunda y terrible que estaban presenciando ya que, del mismo modo, ellos se colaban en tropel a cualquier parte, sin ser invitados y causando destrozos muchas veces. A partir de esa noche se les conoció a esos muchachos como la Palizada, grupo que ha dejado muchas páginas, y aventuras, escritas en el criollismo limeño.
En lo personal, mi inicio como paracaidista fue a la edad de quince años. Recuerdo muy bien que era el quinceañero de una muchacha de mi antiguo barrio y la fiesta se llevaba a cabo en la casa de un familiar de ella en Maranga. La chica aquella solamente había invitado a unos cuantos del grupo con los que paraba, incluido uno de mis hermanos del cual ella estaba enamorada. Como no había estado aún en un quinceañero, con otro amigo convencimos a los que si tenían invitación para llegar en grupo a la fiesta y colarnos en ella los dos que no habíamos sido invitados.
En ese tiempo no tenía saco, menos terno, por lo que uno de mis amigos se ofreció para prestarme un saco extra que él tenía. A la hora en que nos reunimos en el barrio para ir a la fiesta, el amigo aquel se apareció con el saco extra y cuando me lo fui a poner me di con la sorpresa de que las mangas me quedaban tres cuartos solamente. El saco aquel resultó ser el de colegio que mi amigo utilizó en la primaria, pero como yo, de todas maneras, quería ir al quinceañero, pues llevé el saco en la mano y me lo puse solamente a la hora de entrar a la casa donde era la fiesta. Claro que entré a la casa en medio de mis amigos para que los demás invitados no vieran que la manga del saco era solamente tres cuartos y que me quedaba más ajustado que pantalón de torero. Una vez dentro de la casa, hasta me di el gusto de bailar a las doce con la quinceañera... por supuesto que bailé sin el saco puesto.
Con los amigos del barrio es que uno agarraba experiencia como paracaidista. Cuando ya tenía muchas horas de "caída libre y sorpresiva" en fiestas, me sucedió una anécdota que nunca olvidaré, porque a todos nos llega nuestro Waterloo. Recuerdo muy bien que era un día de año nuevo y luego de quemar los muñecos en mi antiguo barrio, nos encontrábamos reunidos un grupo de amigos en la esquina del barrio. Uno de ellos comentó que unas hermanas tenían una fiesta, pero había que ir a sacarlas de su casa que quedaba en la Calle Rastro de la Huaquilla, actual tercera cuadra del Jr. Cangallo, en los Barrios Altos. Como el año nuevo era para pasarlo bailando, en lo posible, nos fuimos a buscar a las hermanas aquellas y con ellas nos fuimos a la fiesta que quedaba a la vuelta de la casa de ellas, en una quinta de la Calle del Carmen Bajo, actual cuadra 10 del Jr. Junín.
Una vez en la fiesta, me sentí atraído por una muchacha muy bella, de pelo castaño y ojos claros, así que a la primera oportunidad que tuve la saqué a bailar y salí premiado porque justo habían puesto uno de los famosos Toques Musicales de Rulli Rendo, que eran infaltables en las fiestas de año nuevo, por lo que tenía todo un long play para bailar con la chica aquella.
Justo, unas horas antes, había leído mi horóscopo en un periódico y me auguraba un buen inicio del año. La luna estaba llena esa noche y hasta había notado que se podían ver algunas estrellas en el cielo, algo muy raro de ver en el cielo limeño. Todo ello, sumado a la belleza de la chica, me inspiró, así que alegremente estuve conversando de muchas cosas con ella. Pero, en un momento determinado, ella me preguntó como había llegado a la fiesta y le dije la verdad... que había caído como paracaidista con un grupo de amigas. ¡Ahhh!, dijo ella solamente, quedándose después callada. Al preguntarle si ella vivía cerca, ella me dijo que esa era su casa y que no sólo estaban celebrando el año nuevo sino que también su cumpleaños. No supe donde meterme, o esconderme, en ese momento, así que lo único que atiné fue a felicitarla por su cumpleaños y ya no la volví a sacar a bailar. Creo que debí demandar al que escribía los horóscopos en el periódico.
Lo bueno era que los paracaidistas solían portarse con respeto en las fiestas, por ello no caían mal. Con el correr de los años, dicha figura se tergiversó y lo que ahora existen son "zampones", quienes no utilizan el ingenio y picardía para introducirse en alguna fiesta, como solían hacerlo los paracaidistas, sino que los "zampones" se introducen a las fiestas a la mala y, para colmo, se emborrachan, se comportan en forma insolente causando hasta peleas, terminando por malograr las fiestas.
El paracaidista de antes ya desapareció, aunque muchos han experimentado, alguna vez en su vida, el paracaidismo aquel. Ahora sólo nos quedan los bellos recuerdos de una etapa traviesa, pero respetuosa, de nuestras vidas.
Dario MejiaMelbourne, Australiadariomejia999@yahoo.com.au
Durante una reunión de hace unos días, un amigo contó la experiencia que tuvo practicando "skydiving". Ello consiste en saltar de un avión en pleno vuelo y a 4,000 metros de altura, apróximadamente, volando en caída libre cerca de un minuto para luego abrir el paracaídas.
La aventura del amigo aquel trajo a mi mente los recuerdos de cuando fui "paracaidista". Pero, no es que haya sido un émulo de Icaro, volando libremente por los cielos; tampoco fui uno de aquellos combatientes que en el fragor de la batalla caía del cielo en paracaídas para sorprender y vencer al enemigo. Lo que si, fui uno de aquellos que caían en forma sorprendente en las fiestas, sin tener invitación, y a los cuales en el Perú los conocían con el apelativo de "paracaidista".
Los paracaidistas no eran tipos que cayeran mal en alguna fiesta, sino que más bien eran celebrados por ser respetuosos, alegres, conversadores, bailarines y, en muchas oportunidades, hasta se convertían en el alma de las fiestas improvisando versos para los dueños de la casa o para la muchacha que cumplía años. Mayormente, era durante la celebración del cumpleaños de alguna bella doncella donde caían los paracaidistas, quienes no podían resistir a la tentación de ser partícipes de tan bello acontecimiento y aprovechar ello para poder bailar con la muchacha que atraía las miradas y suspiros de todos los muchachos del barrio.
Generalmente, los paracaidistas conocían a alguno de los invitados a la fiesta y llegaban con él, o ella, o lo mandaban llamar desde la puerta para entrar juntos a la fiesta, como si hubiesen sido también invitados.
Muchos criollos de antaño fueron paracaidistas, pero ellos fueron muy bien recibidos en toda fiesta a la cual llegaban ya que se aparecían con guitarra y cajón que, sumados a sus grandiosas voces, alegraban toda fiesta terminando ésta en una jarana fenomenal.
Como paracaidistas famosos tenemos a los muchachos que integraban la legendaria Palizada y que fueron el alma de muchas fiestas durante fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. Dicho grupo solía caer, o meterse, en cualquier celebración llevando consigo solamente su presencia, alegría, dotes de bailarines y versos que solían improvisar para deleite de todos los presentes.
Casualmente, el nombre de la Palizada se lo pusieron a los muchachos aquellos por ser paracaidistas, que se metían a todos lados sin ser invitados. Fue una noche en que los muchachos aquellos se divertían en un templo del amor de Abajo el Puente, cuando una brava y atronadora avenida del Rímac empezó a ocasionar daños considerables arrastrando sus aguas torrentosas palos, troncos y todo lo que encontraba. Los palos que el río arrastraba, en forma atropellada, se metían en los cercos y chozas, siendo todo ello observado desde los balcones de la casa aquella ocurriéndosele a una de las muchachas comparar a los niños terribles aquellos con la palizada furibunda y terrible que estaban presenciando ya que, del mismo modo, ellos se colaban en tropel a cualquier parte, sin ser invitados y causando destrozos muchas veces. A partir de esa noche se les conoció a esos muchachos como la Palizada, grupo que ha dejado muchas páginas, y aventuras, escritas en el criollismo limeño.
En lo personal, mi inicio como paracaidista fue a la edad de quince años. Recuerdo muy bien que era el quinceañero de una muchacha de mi antiguo barrio y la fiesta se llevaba a cabo en la casa de un familiar de ella en Maranga. La chica aquella solamente había invitado a unos cuantos del grupo con los que paraba, incluido uno de mis hermanos del cual ella estaba enamorada. Como no había estado aún en un quinceañero, con otro amigo convencimos a los que si tenían invitación para llegar en grupo a la fiesta y colarnos en ella los dos que no habíamos sido invitados.
En ese tiempo no tenía saco, menos terno, por lo que uno de mis amigos se ofreció para prestarme un saco extra que él tenía. A la hora en que nos reunimos en el barrio para ir a la fiesta, el amigo aquel se apareció con el saco extra y cuando me lo fui a poner me di con la sorpresa de que las mangas me quedaban tres cuartos solamente. El saco aquel resultó ser el de colegio que mi amigo utilizó en la primaria, pero como yo, de todas maneras, quería ir al quinceañero, pues llevé el saco en la mano y me lo puse solamente a la hora de entrar a la casa donde era la fiesta. Claro que entré a la casa en medio de mis amigos para que los demás invitados no vieran que la manga del saco era solamente tres cuartos y que me quedaba más ajustado que pantalón de torero. Una vez dentro de la casa, hasta me di el gusto de bailar a las doce con la quinceañera... por supuesto que bailé sin el saco puesto.
Con los amigos del barrio es que uno agarraba experiencia como paracaidista. Cuando ya tenía muchas horas de "caída libre y sorpresiva" en fiestas, me sucedió una anécdota que nunca olvidaré, porque a todos nos llega nuestro Waterloo. Recuerdo muy bien que era un día de año nuevo y luego de quemar los muñecos en mi antiguo barrio, nos encontrábamos reunidos un grupo de amigos en la esquina del barrio. Uno de ellos comentó que unas hermanas tenían una fiesta, pero había que ir a sacarlas de su casa que quedaba en la Calle Rastro de la Huaquilla, actual tercera cuadra del Jr. Cangallo, en los Barrios Altos. Como el año nuevo era para pasarlo bailando, en lo posible, nos fuimos a buscar a las hermanas aquellas y con ellas nos fuimos a la fiesta que quedaba a la vuelta de la casa de ellas, en una quinta de la Calle del Carmen Bajo, actual cuadra 10 del Jr. Junín.
Una vez en la fiesta, me sentí atraído por una muchacha muy bella, de pelo castaño y ojos claros, así que a la primera oportunidad que tuve la saqué a bailar y salí premiado porque justo habían puesto uno de los famosos Toques Musicales de Rulli Rendo, que eran infaltables en las fiestas de año nuevo, por lo que tenía todo un long play para bailar con la chica aquella.
Justo, unas horas antes, había leído mi horóscopo en un periódico y me auguraba un buen inicio del año. La luna estaba llena esa noche y hasta había notado que se podían ver algunas estrellas en el cielo, algo muy raro de ver en el cielo limeño. Todo ello, sumado a la belleza de la chica, me inspiró, así que alegremente estuve conversando de muchas cosas con ella. Pero, en un momento determinado, ella me preguntó como había llegado a la fiesta y le dije la verdad... que había caído como paracaidista con un grupo de amigas. ¡Ahhh!, dijo ella solamente, quedándose después callada. Al preguntarle si ella vivía cerca, ella me dijo que esa era su casa y que no sólo estaban celebrando el año nuevo sino que también su cumpleaños. No supe donde meterme, o esconderme, en ese momento, así que lo único que atiné fue a felicitarla por su cumpleaños y ya no la volví a sacar a bailar. Creo que debí demandar al que escribía los horóscopos en el periódico.
Lo bueno era que los paracaidistas solían portarse con respeto en las fiestas, por ello no caían mal. Con el correr de los años, dicha figura se tergiversó y lo que ahora existen son "zampones", quienes no utilizan el ingenio y picardía para introducirse en alguna fiesta, como solían hacerlo los paracaidistas, sino que los "zampones" se introducen a las fiestas a la mala y, para colmo, se emborrachan, se comportan en forma insolente causando hasta peleas, terminando por malograr las fiestas.
El paracaidista de antes ya desapareció, aunque muchos han experimentado, alguna vez en su vida, el paracaidismo aquel. Ahora sólo nos quedan los bellos recuerdos de una etapa traviesa, pero respetuosa, de nuestras vidas.
Dario MejiaMelbourne, Australiadariomejia999@yahoo.com.au
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