Los remedios caseros
Según la Encuesta Nacional de Hogares sobre condiciones de vida en el Perú, que es llevada a cabo por el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI) a nivel nacional y en forma continua desde mayo del 2003, en dicho mes de Mayo del 2003, el 65.1% de la población que no acudió a un centro de salud al presentar síntomas de enfermedad o accidente, fue debido a que no lo consideraron necesario o hicieron uso de remedios caseros. En mayo del 2004, dicho porcentaje se incrementó a 68.4% y en el mes de marzo del 2007 registró 63.2%, como figura en el último boletín disponible de dicha encuesta, en la página web del INEI.
Aquellos índices nos demuestran que, actualmente, un gran sector de la población peruana recurre a los remedios caseros cuando se encuentran enfermos. Pero los peruanos hacían uso de los remedios caseros, con mayor frecuencia, en tiempos antiguos, cuando el pueblo no estaba muy informado sobre la conveniencia y seguridad, para la salud, que representa el asistir a un centro de salud cuando la enfermedad toca nuestras puertas.
Los remedios caseros son una especie de tradición que hemos heredado, mayormente, de la abuela. Cuando alguien estaba delicado de salud en la familia, la abuela era la que recetaba lo que iba a sanar al enfermo, y por esa suerte, del destino muchas veces, solía acertar con lo que recetaba. Por ello siempre se escuchaba decir que "la receta de la abuela" lo sanó a uno.
En muchos pueblos del interior del Perú, cuando la receta de la abuela no da resultados, la gente suele acudir a los curanderos o brujos antes que ver a un médico titulado. Es que las creencias que existen en esos pueblos están tan arraigadas que los médicos, por más estudios que tengan, no logran convencer a los pobladores que ellos están verdaderamente capacitados para tratar las enfermedades.
Pero la manera como los curanderos curan de algunas enfermedades si que llama la atención. Según cuenta Alejandro Vivanco, las prácticas de odontología tradicional de algunas partes del sur del Perú son un poco curiosas: "Antes de que salga el sol, caminar descalzo contra la corriente de un río. En caso de gravedad, morder un diente de muerto con la muela enferma".
El método que se utiliza para curar el susto también varía en los pueblos. En Huanta, por ejemplo, señala Vivanco, cuando un niño tiene susto por una caída, la madre del niño agarra un gato o un perro y lo tumba varias veces en el lugar donde se cayó el niño. Como por arte de magia, el niño se sana pero el mal pasa al gato o perro que se utilizó. Debe haber mucho gato y perro asustado en la localidad de Huanta.
Desde tiempos de la colonia, la ciudad de Lima también ha tenido sus curanderos, los cuales gozaban de prestigio muy bien ganado ya que solían ser acertados con lo que recetaban. En la actual cuadra ocho del Jr. Antonio Miró Quesada vivía, antiguamente, un curandero apodado "Ño Siete Jeringas", quien debió gozar de mucha popularidad ya que su apodo fue el que le dio el nombre a dicha cuadra la cual se llamaba calle de Siete Jeringas.
Por mediados del siglo XIX, la ciudad de Lima tuvo una curandera muy famosa, Julia Retamoso, a quien la apodaron como la "Doctora del Cercado". Dicha curandera se especializaba en enfermedades mentales y nerviosas creyéndose una eminencia en la materia que hasta llegó a publicar un artículo en El Comercio, edición del 8 de noviembre de 1864, en el cual expuso como curaba ella de la alienación mental y la epilepsia.
Recuerdo que en mi antiguo barrio había una especie de curandero moderno a quien llamábamos "El doctorcito". El personaje aquel era muy solicitado ya que solía acertar con sus diagnósticos y recetas siendo el "médico" de la familia. Nunca supimos si realmente había estudiado algunos cursos de medicina o si era enfermero, pero, definitivamente, no era médico. Era una persona tranquila y callada, pero le gustaba el trago. Un día, cuando ya vivía en Australia, me enteré que el doctorcito había muerto en un accidente en la Av. Abancay quedándose mi antiguo barrio sin el personaje que curó a muchos por varios años.
Hace unos días en que me agarró una gripe fuerte, que hasta ahora no se me pasa del todo, lo primero que hice fue ir a ver un médico quien me recetó antibióticos para la garganta que me dolía mucho. Siguiendo las indicaciones del médico, me quedé descansando en cama, así que dos días no fui a trabajar. Pero como yo no puedo estar tranquilo, menos en la cama, me puse a escribir sobre diferentes temas que hasta un amigo me sugirió que me enferme más seguido. Otras amistades, preocupándose por mi estado de salud, me hicieron llegar las recetas de algunos remedios caseros para que me sane de la gripe y la garganta.
Una amiga me hizo llegar una receta, se supone de su abuela, a base de ajo, para que me alivie la garganta. Seguí la receta aquella y, efectivamente, me mejoró de la garganta. Pero, cuando me fui a trabajar y subí al tren, el olor del ajo hizo que la gente que estaba en aquel vagón del tren se bajara apurada en la siguiente estación.
Como estaba con la nariz muy congestionada por los efectos de la gripe, otra amiga me recomendó unos baños de vapor de Mentholatum. Así que en una batea con agua hirviendo eché Mentholatum, como me lo recomendaron, y cubriendo mi cabeza con una toalla puse mi rostro cerca de la batea para que el vapor con Mentholatum penetrara por mi nariz. Sentí que mi nariz se descongestionaba, por lo cual me vinieron bellos pensamientos hacia mi amiga por la efectividad de su receta; pero mi amiga no me dijo cuanto tiempo debía hacerme ese baño de vapor, así que al final terminé con la cara toda roja con síntomas de quemaduras.
Lo más interesante fue el remedio casero que desde Puente Piedra me hizo llegar un gran conocedor de nuestras costumbres y tradiciones. El amigo aquel me dijo que para curar la gripe lo mejor era un buen Pisco con su limón o el caliche serrano: un mate de hierbaluisa y canela con sus buenos tragos de aguardiente de caña.
Cuando iba a empezar a poner en práctica aquella excelente receta casera para combatir la gripe, se me vino a la memoria de que cuando era niño y me enfermaba, se me iba el apetito. Pero como dicen que enfermo que come no muere, mi madre se las ingeniaba para hacerme comer, así que acercando una cucharada de sopa a mi boca me decía que tome esa cucharada por la abuelita. Luego me daba otra cucharada de sopa y me pedía que la tome por el abuelito. Así por el estilo, tomaba una cucharada de sopa por cada miembro de mi familia, que es numerosa, y sin darme cuenta me terminaba la sopa.
Con un par de botellas de Pisco en la mano, empecé a tomar una copa, primero, por mi mamá, luego otra copita por mi papá y otras más por cada uno de mis hermanos. Me acordé de un lejano y pasado amor y también me tomé una copita por ella. También tomé por cada uno de mis amigos y ya no recuerdo por quien más tomé. No me sané de la gripe... pero... les puedo asegurar que la borrachera que me di fue de Padre y Señor mío.
Dario Mejia
Melbourne, Australia
dariomejia999@yahoo.com.au
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